domingo, 10 de abril de 2011

Mi día a día.

Parece que todo acabará por convertirse en una rutina, pero esta vez me he convencido a mí misma y he decidido que no llegará a ser la misma rutina aburrida y pesada de siempre.
Mi día comienza cada mañana, como la de otro ente cualquiera, mirando la hora del reloj del teléfono móvil .En ese momento, veo cómo este parpadea, por lo que las comisuras de mis labios hacen que estos tomen forma de media luna y regalen una tímida sonrisa al mundo.El motivo de mi felicidad es un pequeño mensaje de texto, compuesto por 160 caraceteres, que me dice todo y a la vez nada. Porque me dice algo que ya sé, pero que me gusta que me lo recuerden cada mañana o, incluso, cada minuto que pasa. Por otra parte, no me dice nada porque quien me lo ha enviado se ha acobardado o, quién sabe, igual desearía poder desearme esos “buenos días,princesita” pegada a mí y regalándome o robándome un beso.
Ahora no pienso eso, por lo que me quedo con la segunda opción y porque sé que será la correcta. Ya que cada minuto que pasa, yo pienso exactamente lo mismo.
Una vez levantada, duchada y lista para marchar, arranco el coche y pongo su emisora favorita. Esta mañana toca Rihanna y mi mente se encarga de plasmar su cara de desaprobación acompañada de su típica frase: “Pero, ¿en serio te gusta?”. Sé que en ese momento intentaría cambiar de emisora y sé que yo me encargaría de impedírselo, más que nada para hacerle rabiar y porque me gusta.
Recorro todas las calles, las tiendas y los lugares tan acogedores de la pequeña ciudad, todos ellos con una característica común a pesar de ser tan diferentes. Ese rasgo que comparten es un pequeño recuerdo, algún momento, situación, ocasión…que hacen que me acuerde de la cosa más importante de mi vida.
Me muevo de aquí para allá y cada cosa que hago, miro, compro, digo y escucho conlleva una connotación en mi mente siempre relacionada con lo mismo, con lo que me aporta la máxima felicidad en mi vida, en mi día a día.
Una vez en casa, me descalzo y me pongo mis zapatillas de perros gigantes. Mientras preparo la comida, algo simple por falta de ganas más que por falta de conocimientos, sigo pensando en lo mismo. Esta vez miro mi teléfono, ya que lleva “descuidado” desde que me desperté o desde que me despertó. Vuelvo a sonreír, porque también se ha acordado de mí y me ha enviado otro par de mensajes de texto. El primero me cuenta lo que hará en su ajetreada mañana; en cambio, el segundo mensaje ya es algo más impaciente y dubitativo. Puedo imaginarme su cara enfadada, por no haber contestado el primer mensaje a tiempo y puedo imaginarme, también, la cantidad de cosas que pueden estar rondando por su mente. Puede pensar que ya no me interesa, que me aburre, que no pienso en cómo es, que no me quita el sueño… pero debe saber que es todo lo contrario.
Decido desconectar un poco, echarme a leer un rato y si la ocasión me lo permite, dormir tan solo media hora de siesta, para que me llamen dormilona por algo. Despierto agitada y exaltada, con temor y me doy cuenta de que tan solo ha sido una pesadilla, pero ha sido una pesadilla que ya me dejará mal cuerpo para lo que queda de día.
 En ese momento, noto como alguien se encarga de secarme el sudor que me ha provocado este mal sueño y, sin tener que decirle nada, me abraza. Se acomoda a mí, me agarra con fuerza y me apacigua con un: “tranquila, yo estoy aquí para cuidar de ti.” Y, yo, sin decir nada, me meto bajo su cuello, donde nunca tendré miedo.
Todos mis miedos desparecen, volvemos a experimentar nuevas anécdotas, distintas a las de los otros días, pero felices y agradables como las de las pasadas tardes.
Llega la hora de la cena, pongo la mesa, cocino su cena favorita (descartando por completo el pescado, lo aborrece) y nos sentamos a cenar, charlando con la televisión como ruido de fondo.
Terminamos la cena tras haber tomado el postre y sé que se está acercando el momento en el que se tendrá que ir, a pesar de no querer que esto ocurra por ninguna de las dos partes. Pero es lo que toca, “porque la vida es muy injusta”.
Nos despedimos, voy a mi habitación y me tumbo sobre la cama. Se acaba de marchar y ya estoy haciendo una pequeña valoración y un pequeño resumen de este día que acaba de terminar. Me pongo el pijama y me meto en la cama, sin calcetines, y comienzo a escribir un mensaje de texto. Le desearé las buenas noches, haré un par de bromas sobre alguna cosa que haya sucedido esa misma tarde y, finalmente, le daré las gracias por ser como es, terminando con un “te quiero”.
Es ya bastante tarde y estoy muy cansada, peleo con mis párpados para que se mantengan abiertos hasta recibir su mensaje de buenas noches. Parece no llegar nunca, así que opto por ver todas las fotos que tengo en mi teléfono y me doy cuenta de que el 99,9% son suyas.
Al fin vibra el móvil, me asusto y lo abro. Me emociona todo lo que leo y me doy cuenta de que también me quiere. Lo leo, lo releo y lo vuelvo a leer casi hasta quedarme dormida. Me acomodo en mi cama y dejo que mis ojos  y mi cuerpo descansen hasta el día siguiente, cuando vuelva a despertarme con un nuevo mensaje.

2 comentarios: