domingo, 17 de abril de 2011

A ras de cielo.

No me gustan los deportes de riesgo, pero todas y cada una de las cosas que hago son un riesgo, para mí y para el resto.
Hago y deshago, pero no a mi manera. Hago y deshago de la manera que el resto quiere, sin preocuparme por mí misma, porque soy así y, hoy, me he dado cuenta de que me estoy tirando sin paracaídas. Voy a “aterrizar” sin ningún tipo de amortiguación, caeré y me estamparé contra el suelo. Puede que de esta manera me dé cuenta, reaccione y espabile, si salgo viva de aquí.
Ahora es cuando me doy cuenta de que nada podía ir mejor mientras subía. Era algo que me llamaba la atención, porque subía y me despreocupaba; era algo que queríamos hacer, algo que nos llamaba la atención y donde solo existíamos tú y yo. Llegamos a un punto culminante, me cogiste de la mano, me miraste fijamente a los ojos y me dijiste: “yo estaré aquí para amortiguar tu caída, piensa que no caeremos, sino que subiremos más y más”.
Sus palabras, como siempre había hecho, sonaban tranquilizadoras; así que me confié y me relajé. Me despreocupé demasiado y comencé a caer. Supe a ciencia cierta que caía, porque daba y no recibía, planificaba y nada salía como esperaba.
En más de una ocasión decidí tirar la toalla, me enfadaba conmigo misma y esto suponía que me enfadase con el mundo entero. Me notaba y me notaban rara, triste, enfadada y decepcionada. También, me intentaban convencer de que esto no era culpa mía, sino que me decían que para subir hacían falta dos personas, porque no puedes ir siempre arrastrando todas tus preocupaciones y, además, a otra persona con sus preocupaciones también.
Me eché a llorar y me derrumbé por completo, porque sabía que no podría con esta situación, porque era fuerte, pero no lo suficiente. Pero estaba dispuesta a pujar y tirar de esa persona hasta el punto más alto, conmigo.
Puse mi granito de arena, pero el montón no se llenaba. La otra persona debía ayudarme a que nuestro cúmulo de tierra aumentase, pero a causa de las ventiscas fue disminuyendo. Noté cómo me habían robado a esta persona y cómo mis planes ya eran algo aburridos.
Mi caída cada vez era más rápida, porque cada día que pasa caía con mayor velocidad. Hubo un par de mañanas que me desperté y este montón de arena había aumentado. Había venido y había puesto de su parte. Cada día que lo veía más lleno, subía un poco más. Pero no lo suficiente, porque caía más que subía.
Finalmente, vi que esta situación no me beneficiaba, pero llevaba una venda en los ojos y dejaba que me manejase como a una marioneta, porque no podía prescindir de lo que más quería. Así que una mañana me desperté, apenas quedaba arena, y decidí encaminarme en su busca y la encontré sonriente y falta de preocupaciones.
Yo, en cambio, llevaba mis ojos aún llorosos y rojos. Ojos de preocupación y tristeza. Me armé de fuerzas y le dije: “quiero que volvamos a subir y que no caigamos nunca más. Y que, de caer, sea con paracaídas”.
Marché con el miedo metido en el cuerpo, pero orgullosa de haber descosido mi boca y decirle lo que realmente quería y sabía que, desde ese momento, me tocaría esperar subiendo y bajando. Y, también sé, que cuando caiga será sin mi paracaídas y que el golpe que me espera será fuerte, porque decidí subir muy alto. Tan alto como nunca antes había hecho.

1 comentario:

  1. Es que ... son sencillamente ... geniales ... melancólicamente geniales

    Te quiero cá (L)

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