domingo, 24 de abril de 2011

Noventa días.

Regreso a casa tras un ajetreado día, voy a la habitación y, como cada noche, tacho el día que ha pasado en mi calendario de mesa.
Hoy toca el veintitrés. En concreto, veintitrés de abril. Regreso a las primeras hojas de mi calendario y este mismo número está remarcado un par de veces con un rotulador grueso; el mismo que la noche pasada dejé encima de mi escritorio para que hoy y, ahora mismo, vuelva a redondearlo.
Haré, con tan solo pasar este grueso bolígrafo por el número “23”, de él algo especial. Algo llamativo para que cada vez que me siente a escribir, a leer o  a mirar algo, mi vista se encargue de despistarme y que, inconscientemente, lo mire y me acuerde de ti. Aunque un calendario, un número y un color llamativo no es motivo suficiente para hacerlo, porque cada pequeño detalle, canción, lugar, olor… tampoco son motivos suficientes para hacerlo.
Me tumbo en la cama y comienzo a contar con los dedos de mis manos los días que han pasado, hasta darme cuenta de que es imposible. Mucha gente puede decir o pensar que tres meses es poco tiempo, pero desde mi punto de vista no son tres meses, ni noventa días, ni doce semanas, sino una milésima parte del tiempo que aún me queda por vivir, por descubrir día a día lo que es el concepto de felicidad que busco, es el pasar las horas sin tener que mirar al reloj, es tachar los días del calendario tan rápido como pasar las hojas de tu libro favorito, aquel que te sabes de memoria.
Y, aquí, es cuando me doy cuenta de que contigo estoy corriendo para llegar a ninguna parte, pero lo seguiré haciendo, porque es el ritmo de vida que estaba buscando y, sobre todo, porque estoy contigo.

"El amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos."

4 comentarios: